martes, 22 de marzo de 2011

Pappo | La leyenda del guerrero

En estos días se publica El hombre suburbano (Ed. Planeta), la biografía de Pappo escrita por el periodista Sergio Marchi. Aquí, un fragmento de la historia de una de las grandes figuras del rock argentino

Que sea rock mereció tener mejor suerte de la que tuvo. Fue el disco más variado y evolucionado de Riff, pero los cinco sellos grandes de ese tiempo (Sony, BMG, Polygram, EMI y Warner) lo rechazaron uno a uno. Nadie quería editar a Riff; todo el mundo estaba tan ocupado con el auge de la música latina y esos cantantes de morondanga que vendían en cantidades industriales, que nadie quería ponerse a trabajar con un grupo de rock, que aparte ya era considerado de otros tiempos. Riff no tuvo más remedio que editarlo de modo independiente, en sociedad con Musimundo, y no le fue mal. Pero no tuvo el impacto que podría y que merecería haber tenido. Una buena parte de los discos de rock argentino que se editaron en 1997 hubieran sonado como el chillido de un ratón al lado del acorazado que era Riff en Que sea rock.

Desafortunadamente, el hecho de no tener una compañía atrás impidió que se concretara una carambola que habría sido muy beneficiosa para el grupo, ya que Pappo estaba atravesando nuevamente un momento de popularidad masiva por cuestiones ajenas a su actividad del momento. En esta ocasión, su topográfico rostro se incrustó en las pantallas de televisión de todos los hogares, por su rol en la serie Carola Casini, uno de los tanques que Pol-ka, la productora de Adrián Suar, ponía en la pantalla de Canal 13. Fue justamente Suar el que tuvo la idea de invitar músicos de rock a hacer pequeños cameos en Poliladron, exactamente como hiciera en su momento Miami Vice, que llegó a tener en un capítulo nada menos que a Frank Zappa. Suar debe de haber detectado el carisma innegable de Pappo y por eso le ofreció un papel fijo en Carola Casini. Ya lo había testeado en una participación anterior en Poliladron, en donde el Carpo hizo de un mafioso llamado "El tano Mazzarioli", junto a Susú Pecoraro. No era Marlon Brando, pero podía caminar. Las grabaciones de la tira fueron apenas anteriores a las sesiones de grabación de Que sea rock. Araceli González era la heroína de la trama y Juan Palomino, su galán. Ambos se hicieron compinches automáticos de Pappo y congeniaron increíblemente con él. Valeria Bertucelli hacía el papel de "la tana", que le arrastraba el ala a Pappo, que en la novela pudo bautizar a su personaje como a su gran amigo, Enrique Angelozzi (sin el "conchi"). Pappo conocía a Valeria por ser la mujer de Vicentico, el cantante de Los Fabulosos Cadillacs.

"Me hice muy amiga de él -confirma Araceli González-. A mí me gustaban los autos, a él también. A mi papá le gustaban mucho los autos, y los sábados iba a las prácticas y los domingos a las carreras con él. Mi viejo era Ford, pero yo nunca tuve preferencias de marcas, me encantaba la idea de la velocidad". "Cuando lo conozco a Pappo -cuenta Juan Palomino- yo tenía una moto Shadow 600, negra. El había venido en su auto. Me mira y me dice: 'Hmmm. Shadow. Honda. Japón'. 'Sí -le digo-, es lo que hay". "Ah, bueno". Al día siguiente viene en su moto haciendo un quilombo infernal y me dice: 'Harley Davidson. Estados Unidos. Moto'".

Araceli, Juan y Pappo formaron un grupete inseparable durante el rodaje, al que a veces se sumaba Pablo Cedrón. "No sabés lo que eran los dos juntos -se ríe Araceli-, nos descostillábamos de la risa. Imaginate esa dupla arriba del motorhome; ¡te tenías que bajar porque no aguantabas más la carcajada! Almorzábamos Pappo, Palomino y yo. A veces se sumaba Raúl Lavié, pero él y Norberto no congeniaban mucho: eran muy diferentes, tenían humores y músicas distintas. A los tres nos copaban los autos y amábamos lo que hacíamos. Pappo me hacía de coach, aunque yo tenía uno del autódromo. Me acuerdo de que él amaba las carreras de TC 2000 y las de camiones".

Lo que más le costaba entender a Pappo no eran los secretos de la actuación, sino los tiempos que se manejaban en la grabación, larguísimos para su temperamento y paciencia. A veces, explotaba. "Pappo podía tener una relación conflictiva con el laburo -explica Palomino-, depende de como viniera el día. A veces tenía arranques de intolerancia porque tenía que esperar mucho. Al director, Sebastián Pivotto, le decía: '¿Quién te creés que sos? ¿Spielberg? ¿Por qué tengo que decir todo seis, siete veces?'. Un día a un chico de producción le revoleó un cono por la cabeza. Pero también tenía esas cosas que se tiraba a dormir en el piso, y venía Pivotto, que lo pateaba: 'Dale, despertate, que tenés que grabar'. Y Pappo no lo mataba. Tenían una relación de amor-odio. Pero Pappo se la bancó hasta el final, y eso es muy valorable. Hizo un laburo responsable. He visto más irresponsabilidad en algunas figuras de la televisión que en Norberto; por ahí se quedó dormido alguna vez, pero no más que eso".

"Un día no llegaba a la grabación -recuerda Araceli-, era tardísimo, estábamos en el autódromo. Horas y horas, la producción ya lo iba a buscar y de golpe, aparece. Y comienza a contar una historia fantástica, en donde entraba el auto, una enredadera, una serpiente que lo atrapaba y le impedía poner la llave en el contacto. Fue un verso de cuento fantástico". Otro día, Pappo llegó tarde, dormido y mal afeitado, y Araceli lo retó. "Yo le dije que tenía que llegar temprano. Y fue y se bañó se afeitó y me dijo: '¿Estoy bien? ¿Así tengo que venir?'. En la producción no lo podían creer: en la ficción, él era como el personaje que me cuidaba, y entonces en la vida había adquirido eso de que si yo le decía algo, lo cumplía. En la ficción, Enrique era el protector de la familia; el hombre solo que se refugiaba en esa familia. Y Pappo se relacionaba así con todo el mundo, y todos lo queríamos y lo cuidábamos mucho. Si él tenía una escena muy difícil, sentimental, todos estábamos cerca para ver cómo lo hacía, porque además él te podía sorprender. Hubo un director maravilloso que era Pivotto, que ama su trabajo, y agarraba a cada uno de los personajes como lo agarraba a él. Pero también le gustaba mucho cómo era Pappo, y pulirlo demasiado era como sacarle esa cosa fresca y espontánea que él tenía. Pivotto lo manejaba perfecto eso, y Pappo escuchaba, estudiaba la letra. Yo pasaba la letra ochenta veces con él antes de entrar a grabar".

La Nación | Domingo 20 de marzo de 2011 | Publicado en edición impresa

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